Matrimonios y fronteras

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Barmer, 11-1-2012

El bus tarda casi 4 horas en llegar de Jaisalmer a Barmer. Allí es donde tenemos que solicitar el permiso para ir a Balewa, el pueblo de Krishna, que esta en área restringida, junto a la frontera con Pakistán. El trayecto nos deja tiempo para conversar tranquilamente con Guira, un amigo y colaborador de Krishna que nos acompaña para ayudarnos con los trámites.

Guira nos cuenta que hoy en día hay bastante trabajo en la zona. En su pueblo, que está a 25 km de Jaisalmer, él es el único que trabaja en el sector turístico, el resto son mecánicos, trabajan para las compañías eléctricas en los molinos de viento, en la construcción, con los animales, etc. Hace unos años la gente se veía obligada a emigrar, pero parece que la bonanza económica de la India se deja notar aquí también.

En una parada que hace el autobús en mitad de la polvorienta carretera que atraviesa el desierto suben varias mujeres tapadas con velo. Curiosamente, en esta zona las mujeres hindúes se tapan con velo y las musulmanas del otro lado de la frontera, en Pakistan, no lo hacen. Nos llama la atención que una de ellas llora y las demás parecen alegres. Guira nos cuenta que la chica está triste y asustada porque deja su casa para casarse.

La mayoría de los matrimonios en la India son concertados por los padres de los novios. Guira nos cuenta que su mujer tenía solo 15 años cuando se casó con él, que rozaba entonces la treintena. No le vio la cara ni habló con ella hasta el día siguiente de la boda. Tardó varios días en poder mantener una conversación con ella. Podemos imaginar el terror de una niña de 15 años en una situación así. Recordamos la cara de circunstancias de la novia, e incluso del novio, en la boda a la que nos invitaron en Rishikesh y ahora los podemos comprender mejor. Para los dos es una lotería que afectará al resto de sus vidas.

No debes sorprenderte si un día, en la India, te encuentras con una conversación como esta:

- ¿Estás casado?
- Sí.
- ¿Es por amor o concertado?
- Por amor – tendrás que contestar un poco cohibido. No estamos acostumbrados a este tipo de preguntas. Al menos no lo estábamos.

Esta es una de las diferencias culturales mas chocantes para los occidentales. Cualquiera de nosotros pensaría que los jóvenes no están de acuerdo con este sistema, pero no es exactamente así. Incluso en las ciudades, la mayor parte de los jóvenes acepta este sistema como el mejor.

También es cierto que hemos conocido casos muy tristes. Como el de aquel chico, estudiante universitario, de una casta alta, que se enamoró de un chica de casta inferior. Curiosamente fueron los padres de la chica, de casta mas baja, los que se negaron en redondo a semejante boda. El chico ha pasado dos años muy malos y finalmente se ha resignado a olvidarla y ha pedido a sus padres que le busquen una mujer adecuada para él.

En las ciudades las cosas empiezan a cambiar pero en la India rural prácticamente todos los matrimonios son concertados. El proceso de selección de mujer es de lo más curioso. En los pueblos se suele elegir a una mujer de otro pueblo para evitar problemas. Eso sí, ha de ser de la misma casta, es impensable un matrimonio mixto. En las ciudades las cosas son más complicadas y por eso han nacido empresas que tienen catálogos de novios y novias con fotografías, ingresos mensuales, casta y demás datos que garanticen una transacción perfecta. También son bastante comunes lo anuncios en el periódico. En las zonas mas modernas, los novios, una vez que los padres se han puesto de acuerdo y han negociado la dote que ha de aportar el padre de a novia, los novios tienen la opción de conocerse y dar su opinión. Esto no ocurre en algunas zonas rurales.

Aquí, en la India más rural, los acuerdos se realizan cuando los niños son pequeños, con 7 u 8 años. Es una completa deshonra el romper un acuerdo de matrimonio ya que supondría la pérdida de la casta, lo peor que puede ocurrirle a una familia. Conocemos de primera mano un caso que nos dejó con la boca abierta: un niño y una niña son prometidos a la edad de 8 años, al poco tiempo un nuevo episodio de la guerra India-Pakistán separa a las familias con esa arbitraria línea de alambrada llamada frontera. Estos dos niños, ya de adultos, no pudieron casarse con nadie ya que estaban prometidos. A los 50 años por fin pudieron reunirse, casarse y, a continuación por fin conocerse. ¡Incluso han podido tener hijos y son felices!

No es la primera vez que un chico joven nos cuenta que aquí hay menos divorcios, que este sistema es más racional y que por lo tanto es mejor. Nosotros pensamos: “Claro que hay menos divorcios! Es algo que sigue estando muy mal visto en el país y en los pueblos es casi impensable”. Pero también es cierto que parece que es un sistema que no les funciona del todo mal, eso nos han dicho y es la impresión que me da a veces. No me gustaría que mi futuro dependiera de la decisión de otros, pero también hay que entender que para muchos de ellos y de ellas es más importante el respeto a las decisiones de sus padres que sus propios sentimientos. Quizás serían más infelices desobedeciéndoles y teniendo que renunciar a su familia, el centro de sus vidas. ¿Quién sabe?

Siempre intentamos no juzgar y respetar las costumbres ajenas. Siempre que se respeten los derechos humanos mas básicos, claro. Es tan fácil caer en la trampa de creer que solo nuestras costumbres occidentales son las correctas, de juzgar a los demás según nuestros patrones… Es un gran esfuerzo intentar ponerse en su piel y requiere conocer muy bien al otro. No se puede juzgar una costumbre aislada, estas siempre forman parte de un todo llamado cultura y hay que intentar comprenderla. La opinión de las mujeres no la hemos podido conocer de primera mano ya que es muy difícil para nosotros establecer contacto con ellas debido a que muy pocas hablan inglés. En cualquier caso parece que la mayor parte lo tiene muy asumido y lo considera como algo natural. Quizás los propios indios quieran, en el futuro, cambiar esta forma de hacer las cosas. Quizás a medida que la población rural tenga un mayor acceso a la educación las cosas vayan tendiendo hacia un punto medio, como está ocurriendo en las ciudades. En cualquier caso sera su decisión.

Sumidos en estas reflexiones llegamos a Barmer, donde nos encontramos con Narce, un maestro de la escuela de Balewa que también nos ayudará con los trámites. Vamos con él y con Guira a la oficina del gobierno, donde presentamos la solicitud del permiso. A continuación esperamos para llevar los papeles a otro despacho, donde nos miran de arriba a abajo y firman otra vez. De allí los papeles hay que llevarlos a la policía y a la oficina de seguridad de la frontera. Habrá que esperar al día siguiente. Necesitamos más firmas.

Tras encontrar una habitación bastante cutre en un hotel, nos despedimos de Guira, que tiene que volver a Jaisalmer. Aprovechamos para dar un paseo, recargar nuestra conexión a Internet y para darnos cuenta de que, otra vez, estamos fuera de los circuitos turísticos. Todo el mundo nos mira con curiosidad, algunos más discretos y otros, con total descaro, apoyan la barbilla en la mano y nos miran fijamente sin pestañear para no perderse nada. A veces es gracioso, a veces es cansado y a veces exasperante, pero casi siempre es comprensible.

Barmer es una ciudad comercial sin mucho atractivo en la que no se ven occidentales. Hay algunos hoteles, pero son para los comerciantes y los empresarios locales que acuden aquí a hacer negocios. Las calles y las grandes avenidas están repletas de puestos de venta de todo tipo de artículos: verduras, fruta, candados, hachas, calderos, golosinas, chai, medicinas, etc.

Paseando por estas abarrotadas calles se pueden ver hombres con ropas occidentales, caminando junto a otros con grandes bigotes acabados en punta y ataviados con sus peculiares pantalones blancos hechos con una sábana y camisas también blancas. Los hindúes llevan turbantes de vivos colores y los musulmanes los llevan blancos. También vemos mujeres que visten con trajes de colores intensos y se cubren la cabeza con velos que permiten ver solo un atisbo de sus rostros. La mayor parte de estas gentes con atuendos tradicionales vienen de los pueblos cercanos o no tan cercanos para solucionar algún asunto o hacer algún papeleo. No hay duda de que estamos cerca de la India más profunda.

Se ven muchos niños trabajando: limpiando vasos en un puesto de chais, sirviendo mesas en el restaurante donde comemos, llevando bebidas en las oficinas del gobierno, vendiendo plantillas para calzado, limpiando zapatos, etc. Parece que a nadie le sorprende: Narce, el maestro que nos acompaña, se encoge de hombros y nos dice que no tienen más remedio: sus familias son pobres. Nosotros tratamos de explicarle que, si no van a la escuela, sus familias seguirán siendo pobres siempre. Pero la barrera del idioma o los años de ver a los niños trabajando como algo cotidiano impiden que nos comprenda.

Al día siguiente Narce viene a decirnos que está moviendo los papeles de oficina en oficina y que nos avisará cuando nos necesite. Pasamos la mañana escribiendo y trabajando y, por la tarde, acompañamos al maestro, pagamos los carísimos 30$ por persona que cuesta el permiso y vamos a 3 ó 4 oficinas más. En una de ellas charlamos un rato y en otra recibimos una improvisada clase de hindi. Lo único que podemos hacer es sonreír de oreja a oreja e intentar caer bien. Confiamos en que eso agilice los trámites. Finalmente el permiso tampoco estará listo hoy aunque parece que mañana por la mañana ya tendremos todas las firmas y al fin podremos salir para Balewa. Solo han tardado dos días, no está nada mal, podría haber sido peor.