Penang: lluvia, trabajo y noodles

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Penang, 12-3-2012

Cuando llegamos a Penang, en Malasia, descubrimos que no era un lugar tan barato como nos habían dicho. De hecho, el precio del alojamiento era similar al de la isla de Ko Phangan y el sitio no tenía punto de comparación. Penang es una ciudad bastante aburrida, calurosa y en la que llueve a cántaros todas las tardes, sin excepción. Tampoco es que nos importara demasiado porque íbamos a trabajar, pero parece que se hace menos pesado trabajar en una isla paradisíaca. La única ventaja que teníamos allí es que en el hotel nos dejaron utilizar uno de sus ordenadores, por lo que aprovechamos bien el tiempo que estuvimos allí ¡quince días!

En principio la idea era estar una semana y ponernos al día con todo el trabajo pendiente. Como suele suceder, pasamos el doble del tiempo y nos quedó la mitad del trabajo por hacer. Fueron dos semanas sin apenas salir del hotel y pegados al ordenador durante 10 ó 12 horas diarias de media.

Durante este tiempo, nuestro único entretenimiento era charlar con Im, la limpiadora del hotel. Es una encantadora mujer de origen chino que nos hizo un poco más llevaderos nuestros días de trabajo intensivo. Ella nos habló de que la idílica situación en la que conviven en esta ciudad chinos, indios y malayos, no lo es tanto como parece a simple vista.

Malasia es un país musulmán, aunque se permiten otras religiones y es muy frecuente encontrar templos budistas e hinduistas. No se ven conflictos entre miembros de diferentes religiones y culturas, pero al hablar con Im percibimos un tono de rencor hacia los musulmanes.

- Ellos lo tienen muy fácil, el estado les ayuda y les apoya en todo. Pagan menos impuestos, son los dueños de todo... Mi familia es de origen chino, mi abuela era de allí, pero mis padres, yo, mi hijo... hemos nacido aquí. Deberíamos tener los mismos derechos.

Im nos explica también que los indios y los chinos se apoyan mutuamente, están unidos frente a los musulmanes. Sin embargo, como decía antes, no suele haber enfrentamientos directos. Tanto unos como los otros prefieren pagar los abusivos impuestos y los alquileres de sus locales y vivir tranquilos.

Acerca de la educación, nos cuenta que los chinos tienen sus propias escuelas. El motivo principal es que en las escuelas malayas a las que van los musulmanes casi no aprenden inglés. Los chinos saben lo importante que es saber este idioma, por lo que le dan mucha importancia y sus escuelas son bilingües. Y funciona, porque prácticamente todos los chinos que conocimos en Penang hablaban un inglés muy correcto.

Nos habría gustado hablar también con indios y musulmanes (malayos) de este tema para conocer todas las opiniones, pero no se dio la circunstancia.

Cuando Im se fue unos días a visitar a su hijo, que vive en Kuala Lumpur, nos quedamos un poco tristes y aburridos. Hasta que una mañana entró por la puerta del hotel Íñigo, un vasco que habíamos conocido en Ko Panghan. Y no estábamos solos: en el mismo hotel había otros dos viajeros del norte de España. Pasamos un buen rato charlando con ellos, intercambiando historias de viajes, filosofías de vida, risas... Agradecimos mucho su compañía. En este viaje nos estamos dando cuenta de que para nosotros la vida social es muy importante. En parte por eso echamos tanto de menos a nuestra familia y a nuestros amigos.

Otro día, paseando por la calle, nos encontramos a un matrimonio que conocimos en Bangkok. Son del norte de Europa y viven en el norte de la India desde hace muchos años, pero él tiene que salir del país cada 6 meses para renovar el visado.

Otra de las cosas que descubrimos (o que no descubrimos, mejor dicho) fue la famosa comida malaya. Dicen que Penang es un paraíso gastronómico ¡Nosotros no vimos más que noodles (tallarines tailandeses) y arroz por todas partes!

 Y así fueron pasando nuestras dos semanas en Penang. Todavía hubo un rato para visitar un par de templos y cenar en un curioso mercado nocturno donde amenizan la comida con unas actuaciones en directo de lo más... malayo. Y otro día asistimos a una procesión budista, o al menos a la mitad de la misma, ya que cuando vimos la carroza número 50 decidimos que ya teníamos bastante. Esta procesión se celebra cada 35 años, asi que fue una suerte que estar allí.

Cuando decidimos que ya habíamos trabajado lo suficiente o, mejor dicho, cuando vimos que estábamos tan agobiados que no podíamos seguir así, decidimos irnos a tomar un poco de aire fresco a las Cameron Highlands.