¿Que vaya a la clínica qué?

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Santa Cruz, del 3-7 al 9-7-2013

Por desgracia salir de Bolivia todavía nos va a costar un poco más de lo que esperábamos...

La noche que llegamos a Santa Cruz, cuando me fui a curar la herida de la mordedura de mono, nos dimos cuenta de que se me había infectado. A pesar de haber puesto mucho cuidado y de habérmela curado a fondo a diario, parece ser que debido a la profundidad quedó algo de suciedad del colmillo del animal.

Nos ponemos en contacto con nuestro seguro médico, y la persona con la que hablo por teléfono me  dice:

- Tiene que ir usted a la Clínica Poyanini.

- ¿Cómo? -no debo haberlo entendido bien.

- Poyanini -me repite.

- Mmmm... Vale, tomo nota.

Cuando se lo digo a Javi no se lo puede creer. Y cuando llegamos a la puerta de la clínica nos damos cuenta de que, como era de esperar, estaba equivocada. No era Poyanini, ¡sino Foianini! ¡Eso ya suena mucho mejor! Al menos nos echamos unas risas a costa del nombre de la clínica.

Allí un doctor me examina y además de recetarme antibióticos y antinflamatorios, me dice que tengo que ir a diario a que me curen allí, ¡como mínimo durante 5 días! Y nosotros que pensábamos salir al día siguiente... El problema es que después nos esperan al menos dos días de bus, y ya sabemos cómo son los buses bolivianos, ¡igual nos quedamos tirados en medio de la nada y con una herida infectada!

Tenemos muy cerca la experiencia de un amigo nuestro, uno de los compañeros que viajó con nosotros a Nicaragua. Ya en el aeropuerto de Valencia, abriendo el embalaje de su mochila, se cortó con la navaja que había utilizado en el viaje. El corte no era demasiado profundo, pero parece que el filo de la navaja viajaron unos bichitos que le infectaron la herida. Esto le llevó a estar hospitalizado e incluso a perder parte del músculo del dedo, y podría haber sido aún mucho peor. Teniendo eso en mente, decidimos esperar hasta que el médico me diera el alta.

De los días que pasamos finalmente en Santa Cruz no hay mucho que contar; ya estamos cansados y desanimados. Podríamos haber hecho alguna excursión de un día, pero ni ganas tenemos. Eso sí, recorremos varias veces arriba y abajo las calles de la ciudad, así como su plaza principal.

El ambiente en el hostal tampoco es precisamente festivo. No hay casi nadie y el dueño se pasa el día metido en el facebook. De nada sirven nuestros intentos por iniciar una conversación. Ni siquiera reaccionó cuando le dije que me había mordido un mono, ni mostró el más mínimo interés cuando le comenté que estábamos preocupados porque se me había infectado... Nada. Así que pasamos los días leyendo, escribiendo, mirando cosas en Internet, y yendo día a día a la clínica.

Lo mejor de nuestra estancia en la ciudad fue que tuvimos la oportunidad de conocer a Arcil y Janet, dos profesores que junto con mi amigo Luis fundaron Escuelas de la Tierra , una organización para facilitar el acceso a la educación y las condiciones de los centros educativos de Bermejo, una localidad cercana a Santa Cruz. Quedamos con ellos, vamos a su casa donde conocemos a sus hijos y a otros miembros de la familia y nos hablan del trabajo que han desarrollado hasta el momento. Disfrutamos charlando con ellos. Lástima que en estos días estén de vacaciones escolares y no podamos conocer de cerca sus proyectos ni a sus alumnos...

Finalmente, una semana después, la herida deja de mostrar signos de infección y el médico me indica que podemos viajar. Me sorprendo cuando añade:

- Y para que cicatrice bien y evitar que se vuelva a infectar, le vamos a poner una gotita de miel.

El doctor se gira hacia la bandeja donde están el yodo, las gasas, etc. y efectivamente coge un frasco de miel y deja caer en la herida una gotita.

- Si ve que se vuelve a infectar un poco, lo limpia con agua oxigenada y le echa miel, así. ¡Yo esto lo aprendí de una cirujano con el que trabajé cuando era joven!

Nos parece estupendo, ¡aunque esperamos no tener que volver a utilizarlo!

De la clínica nos vamos derechos a la estación de autobuses ¡queremos salir hoy mismo! Nos dirigimos a una de las agencias:

- Hoy no salimos, pero mañana miércoles sí. -nos dice el joven que nos atiende.

- Ay, no, es que queríamos salir hoy... - le digo apenada.

- Pero es que hoy no sale ninguna compañía. Los martes viajaba esa de ahí enfrente, pero está clausurada, creo que por no pagar impuestos... -nos explica
Efectivamente, vemos que el negocio está cerrado y precintado. Ahí ya me dan ganas de llorar y gritar: ¡Por favor, quiero salir de aquí!

Mientras el chico nos presiona para que compremos los billetes para el día siguiente, nos miramos y nos entendemos: vamos a preguntar en otros sitios por si acaso.
En cuanto nos damos la vuelta, nos sale al encuentro un hombre:

- ¿Quieren viajar a Asunción hoy mismo? Vengan por acá -nos dice mientras echa a andar y se mete en la oficina de otra agencia.

Nos explica que la agencia que está clausurada y otras tres que viajan a Asunción (todas exceptuando en la primera que habíamos preguntado) pertenecen al mismo dueño. Así que, aunque la que sale los martes está clausurada, van a poner un bus de otra agencia para que salga hoy. Este también nos presiona para que compremos los billetes:

- Miren, hoy ya está lleno -nos indica mostrándonos una hoja en la que pone “MARTES”- pero estos dos aunque hicieron la reserva no han pagado, así que los borramos y los ponemos a ustedes -dice mientras coge el Típex y tacha el nombre de dos personas de nacionalidad boliviana.

Yo no me creo nada; para mí que siempre enseñan la misma hoja y hacen la misma jugada. Además me he fijado en que sobre otros nombres tachados con Típex están escritos otros nombres extranjeros. Pero estoy cansada, me quiero ir y no tengo ganas de discutir, así que pagamos y nos vamos.

El bus es mucho más cutre de lo que nos habían dicho, pero eso ya nos lo esperábamos. La sorpresa que nos aguarda esta vez viene de la mano de dos chicas, una italiana y una alemana.  Suben al bus, se paran de pie a nuestro lado mirando atónitas sus billetes y... ¡sorpresa!  Tienen los mismos asientos que nosotros. Menos mal que hay otros dos asientos libres y los pueden ocupar. Problemas hasta el último minuto...

Y para rematar, un pequeño detalle: después de darnos la cena en el bus, el ayudante pasa recogiendo los embalajes que la contenían en una bolsa de basura. Cada vez nos irrita más la gran cantidad de plástico de usar y tirar que se emplea en estas cosas, pero no es eso lo que me deja sin palabras. Es ver que el joven abre la puerta del bus y tira las bolsas de basura al campo que queda a la orilla de la carretera. Sin comentarios. Será mejor dormir; mañana saldremos de este país y todo será diferente.