Visita al pueblo de Mohan

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Rishikesh, 26-11-2011

Ayer nos levantamos a las 7 para llegar puntuales al restaurante que tienen Mohan y sus hermanos cerca de nuestro hostal. Allí nos esperan Mohan y Deepak para ir a pasar un par de días a su pequeño pueblo, pero el resto de extranjeros invitados (Rinat, otra israelí llamado Mor y una californiana llamada Kathy) aún no están aquí. Lo cierto es que nos podríamos haber ahorrado el madrugón porque no llegan hasta bastante más tarde.

Después de comprar más comida de la que necesitamos y de repartirla entre todos cogemos un 4x4 que nos lleva hasta el lugar donde empezaremos a caminar. A partir de ahí sólo se puede seguir en burro o a pie. Curiosamente este lugar es el mismo hasta el que fuimos andando hace unos días y donde nos bañamos.

Comenzamos la subida siguiendo un sendero que asciende por la ladera del valle. Vamos remontando el Ganges por su derecha cada vez a mayor altura y por el camino tenemos unas vistas espectaculares el río. Encontramos una o dos casa aisladas y nos cruzamos con un recua de mulas que baja con carga, también saludamos a mujeres cargadas con enormes balas de algún tipo de hierbas sobre la cabeza. Un poco más arriba nos encontramos a más mujeres, esta vez subidas a lo alto de enormes árboles cortando ramas a machetazos. Mohan nos explica que esas ramas son las que transportaban las mujeres que nos cruzamos antes y que utilizan las hojas como alimento para el ganado.

Después de demasiadas paradas para descansar y unas tres horas de trayecto, llegamos a un collado cubierto de terrazas con plataneras y mucha vegetación. Todo tiene un color verde muy intenso y un aspecto tropical. En lo alto se asienta una casa con unas vistas impresionantes del valle. A los dos lados y muy abajo puede verse el Ganges haciendo una gran curva que rodea la montaña. Atrás tenemos el camino de subida que hemos recorrido desde Rishikesh y, delante de nosotros, continúa el camino durante unos cientos de metros más, hasta llegar a Kota, nuestro destino.

El tobillo de Javi ha respondido bien, todavía no está del todo recuperado de la operación, pero va mejorando.

En la entrada del pueblo nos encontramos con un grupo de mujeres jóvenes que vienen de trabajar en el campo y con unos hombres que están reparando un muro. Todos nos sonríen y nos saludan con la mano encantados de que les fotografiemos.

El pueblo tiene el aspecto de una típica aldea de montaña del norte de España en la que no haya pasado el tiempo desde hace 50 años. Casas muy humildes, corrales, ganado, niños corriendo al venir del colegio, mujeres cargando agua desde una fuente cercana. Hace muy poco tiempo que tienen luz eléctrica pero casi nunca funciona por lo que las casas no tienen electrodomésticos y se suelen iluminar con velas y candiles. Es como viajar al pasado.

Llegamos a la casa de Mohan, que se encuentra al final del pueblecito. Desde allí tenemos una panorámica de todo el valle, con el río al fondo y multitud de casas dispersas por la lejana ladera opuesta. La casa está compuesta de tres edificios: la antigua casa de la familia, una más nueva que construyo su padre, fallecido recientemente, y un cuartito que hace la función de cocina, con el fuego de leña y una pequeña explanada donde comer sentado en el suelo. En la casa antigua tienen algunas vacas y un corral, mientras que en la nueva, con dos habitaciones, es dónde viven habitualmente y donde dormiremos nosotros.

Ya en casa de Mohan conocemos a a sus hijos de 3 y 6 años, a su madre, a su otro hermano y a su sobrina de un año. La niña pequeña se arrastra sentada de una forma muy graciosa por el suelo de la terraza sin barandilla y los niños corren y saltan sin que nadie se preocupe salvo nosotros, claro. Nos acordamos de como sobreprotegemos a nuestros niños en las ciudades occidentales y comentamos con una sonrisa que un punto medio sería lo ideal.

A su mujer no nos la presenta pero nos indica que es una de las mujeres que vimos al entrar al pueblo. Le preguntamos extrañados porqué no ha ido a saludarla después de una semana sin verla y el responde que ya irá luego, que sus relaciones, su cultura y su forma de actuar son muy distintos de nuestras costumbres occidentales. En India no está bien visto el expresar afecto públicamente, cosa que nosotros intentamos respetar aunque al principio cuesta acostumbrase. Al rato aparece su mujer por la cocina pero apenas nos dirige la palabra y va directamente a lavar los platos sin aceptar nuestra ayuda. La mujer en la India está relegada a un segundo plano e imaginamos que mucho más en las zonas rurales. Si unimos esto a la timidez y el desconocimiento del idioma tenemos este resultado un tanto incomodo y triste.

Nuestras acompañantes israelíes, después de estar casi todo el tiempo realizando sus ritos del sabbath judío, nos preparan algo de pasta que comemos a la luz de una pequeña hoguera. Estamos un rato charlando hasta que nos retiramos para dormir.

Hoy nos hemos levantado, y tras desayunar, hemos ido todos a la escuela a conocer a los niños y a las dos maestras que trabajan allí. Al llegar observamos que sólo está presente una de ellas. Esto parece confirmar lo que nos han comentado ya varias personas sobre el alto absentismo del profesorado de las escuelas públicas en la India y la repercusión que eso tiene en la calidad de la educación.

La escuela tiene unas instalaciones muy básicas: un edificio con tres aulas contiguas con un equipamiento muy básico, un terraza cubierta y una pequeña cocina. El patio es una explanada de tierra sin un muro que lo separe del precipicio que da al valle.

Comprobamos que la maestra, muy amable y encantada con nuestra visita, habla un inglés muy básico y entendemos porqué Mohan quiere montar su proyecto con voluntarios extranjeros que enseñen inglés de una forma continuada.

Kathy, que es una simpática profesora de música y que está trabajando de voluntaria en un orfanato de Rishikesh, ha preparado unas actividades para que los niños aprendan algo de inglés a base de canciones infantiles. La maestra reúne a los alumnos, que se sientan en el suelo de la terraza mientras nos miran entre tímidos y sonrientes. En realidad esto no es lo que nosotros habríamos querido, lo cierto es que preferimos observar y aprender como funcionan aquí las escuelas y simplemente presentarnos a los niños y charlar o jugar un poco con ellos al final. No somos muy partidarios de este tipo de actividades puntuales y que nos parecen un poco paternalistas. En cualquier caso los niños están encantados con los las canciones y los juegos y, aunque no aprendan mucho, se lo pasan en grande.

Comemos la misma comida que poco después comen los niños. Estos lo hacen sentados en el suelo y en un silencio que envidiarían los cuidadores de comedor escolar españoles. Después los niños se dirigen a lavar los platos al borde del precipicio y nosotros nos despedimos de todos para emprender el camino de regreso.

Mohan, Deepak y las demás extranjeras se quedarán un día más pero nosotros volvemos antes porque tenemos trabajo que hacer en Rishikesh. Aunque el camino de bajada no tiene pérdida, Mohan le encarga a un niño que vive más abajo que nos acompañe hasta su casa. Bajamos con nuestro improvisado y circunspecto guía y nos encontramos con alumnos, un poco más mayores, de la escuela de secundaria del pueblo que nos acompañan un tramo del camino. Tras despedirnos de nuestro guía en su casa y después de un rato más llegamos a la carretera, donde decidimos seguir a pie una hora más hasta Rishikesh.