La vida en las calles de Medellín: un paseo por el lado oscuro

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Llego al Patio Don Bosco de Medellín a las 2 de la tarde. El Patio es un internado para la atención a niños en situación de calle. Allí Johanny, el coordinador, me presenta a Juan, el educador que me acompañará en el recorrido por las calles de la ciudad. Este me da un chaleco de de Ciudad Don Bosco que nos dará algo de protección y me recomienda que lleve solo la cámara pequeña: la reflex es demasiado llamativa y las zonas a las que vamos no son muy seguras.

Salimos y Juan me va hablando sobre su vida. Él era contable pero lleva 17 años trabajando en Ciudad Don Bosco. Eso es lo que le gusta. Lo suyo es un trabajo vocacional, como sucede con todos los trabajadores de esta organización que hemos conocido. Podría ganar mucho más con su antiguo trabajo, ya que su salario aquí es bastante bajo, pero disfruta con lo que hace. Me habla con nostalgia de sus años en Amagá, donde ayudaban a los niños que trabajaban en las minas de carbón. Después de esa etapa pasó a El Patio, donde lleva ya 3 años.
La visión que tiene Juan de Medellín es algo distinta de la que hemos oído hasta ahora. Según él no hay tantos cambios positivos. Sí que hay algunos: hay muchos menos niños viviendo en la calles (los llamados gamines) y muchas zonas han mejorado su seguridad... pero sigue habiendo mucha violencia en los barrios  donde las bandas criminales campan a sus anchas.

- Toda la ciudad esta controlada por estas bandas –me explica Juan–. Todo menos un par de barrios buenos donde viven los políticos, empresarios, la clase media-alta e incluso los mismos jefes de las bandas. Todos los negocios tienen que pagar “la vacuna” –o extorsión a cambio de “seguridad”–. Aquí mismo –añade señalando a la cafetería donde nos hemos sentado a tomar un zumo– lo pagan. Todos lo hacen.
Pero yo pensaba que eso solo era en las comunas de la periferia –contesto yo haciendo referencia a los barrios exteriores, uno de los cuales visitamos hace unos días.

- No, no... Aquí en el centro están los “Convivir” –continúa explicándome Juan–. Ellos controlan la delincuencia, las drogas, la prostitución... Todo. Y también dan una cierta seguridad. A veces nos llegan a El Patio habitantes de la calle a los que les han dado una paliza por robar. Llegan en muy mal estado y nosotros los mandamos al hospital con una carta para que los atiendan gratis. Se supone que la carta, que no recordamos de dónde salió, es para niños pero nosotros lo intentamos y normalmente nos hacen caso en el hospital...

Seguimos caminando y cada vez son más las personas que se ven tiradas en la calle. Desde que llegamos a Medellín esta ha sido una de las cosas que más nos ha llamado la atención: hay muchísima gente que vive en la calle. Son personas jóvenes y están en un estado lamentable. Sucios, degradados y, simplemente, tirados en el suelo la mayor parte del tiempo. La mayor parte de ellos no son siquiera mendigos. Hemos estado en ciudades mucho más pobres, como Managua, y no hemos visto tal cantidad de gente en esa situación.

Juan me intenta explicar el porqué y yo lo trato de completar su explicación con retazos de otras conversaciones mantenidas durante este último mes en la ciudad:

Las dos causas fundamentales de esta situación son las drogas y los desplazamientos. En Colombia existen entre 4 y 5 millones de personas desplazadas por el conflicto interno, lo que supone alrededor de un 10% de la población total. Muchos tuvieron que dejar su pueblo por la guerrilla, por el ejercito o por los paramilitares. Huyeron de los enfrentamientos o simplemente un día apareció uno de estos grupos y les dijo: “O se van o los matamos a todos”. Y la población se tenía que ir con lo puesto, abandonando tierras, negocios, casas... Normalmente acababan en las ciudades y no tenían más remedio que vivir en las calles. Muchos de ellos acaban cayendo en las drogas y la delincuencia. Otros trabajan en lo que pueden, como un hombre que vemos sacando cobre de aparatos que encuentra en la basura:

- Ahora lo limpio todo. Yo siempre lo limpio– nos dice sin siquiera levantar la cabeza, cuando le preguntamos qué hace e intentamos entablar conversación con él.

Por otro lado existen los desplazamientos urbanos: cada sector de la ciudad es vigilado por una banda que controla, entre otras cosas el tráfico de drogas. Como es habitual estas bandas intentan conseguir nuevos “clientes” entre los jóvenes de la zona. Una vez que un joven se hace consumidor habitual, y empieza a degradarse, acaba recurriendo al robo para comprar su dosis. Entonces la banda lo expulsa de su barrio, de su casa, de su familia, porque está perjudicando a su otro negocio: la “seguridad” que compran los negocios locales con las “vacunas”. Así de sencillo: una vez han exprimido a una persona y ya no pueden sacarle nada más, la desechan... ya no les sirve para nada.

Toda esta gente suele acabar en el centro y allí se les ve consumiéndose en cualquier rincón. En la puerta de la casa en la que estamos viviendo hay siempre uno o dos, en cada calle se puede ver como mínimo a uno. A veces la situación nos recuerda a New Delhi, en India, donde se veía gente durmiendo en la calle por cientos: bultos tapados por una manta. Las causas son muy distintas allí ya que el problema de la droga es mucho menor. Lo de allí era “simple” miseria perpetuada por una cultura y una religión milenarias ayudadas por un sistema económico tremendamente injusto.

Juan me habla sobre los habitantes de la calle:

- Muchos de ellos quieren vivir en la calle. No se adaptan a la vida social convencional. En la calle nadie les obliga a lavarse, a levantarse por la mañana... Consiguen comida en las tiendas y en los puestos callejeros y así van tirando.

- Pero quizás es porqué no conocen otra cosa– aventuro yo.

- Bueno, yo creo que no siempre es así. Sí que conocen otra vida. De hecho, muchos de ellos pasaron por El Patio cuando eran niños. Algunos no se adaptaron y volvieron a la calle enseguida. Otros salieron ya mayores pero volvieron a caer.

Juan opina lo mismo que muchos profesores y trabajadores sociales: en este mundo no puedes aspirar a que todo el mundo salga adelante; lo puedes intentar con todas tus fuerzas pero hay cosas que están fuera de nuestro alcance. Tienes que pensar en los que lo consiguen, en los que aprovechan ese tiempo y esa oportunidad. Son los que tienen una vida digna después de pasar por tus manos. Si no piensas así, puedes caer en un depresión. Este es un trabajo duro.

Continuamos con nuestro recorrido. Juan me comenta que donde hay una mayor concentración de habitantes de la calle es en en el cauce del río pero que no es seguro ir allí. Un amigo nos habló de esa zona y dijo que podíamos verla desde un taxi. Eso me dio un poco de reparo, me recordaba demasiado a un zoo o un safari. A veces es necesario vencer a los escrúpulos si se quiere contar una historia pero, también a veces, puede más el lado humano que el lado “periodista”. No fuimos a ver el río. Yo intento tomar algunas fotografías y vídeos de forma disimulada por dos motivos: respeto y seguridad.

Atravesamos zonas de prostitución, zonas de talleres “informales”, donde los trabajadores no tienen ningún tipo de contrato ni seguro. Es un área donde reina la economía sumergida. Cruzamos un puente en el que hay muchas personas tiradas en el suelo. Estamos en el área de “los puentes”, donde se vende casi todo lo que roba en Medellín.  Se nos acerca un joven con la mirada perdida por las drogas y nos pregunta:

- ¿De dónde son? ¿Qué hacen?

- Somos de El Patio, el hogar para niños de la calle– responde Juan.

- Ah... ¿Y ayudan también a drogadictos?– pregunta el joven.

- Sí, claro, a todo el mundo...– continúa Juan.

- ¿Y por qué graban?– nos pregunta de pronto empezando a ponerme nervioso.

- Nada, para Bienestar Familiar, para ver como esta esto...– responde Juan con las tablas que dan años de trabajar con gente de la calle.

Acto seguido continuamos caminando y yo le pregunto a Juan:

- ¿Crees que era un informador?

- Sí, es muy probable que lo hayan mandado para ver qué hacemos por aquí.

Los informadores son personas que trabajan para las bandas y se encargan de avisar de cualquier cosa que pasa en la calle. Además de gente como este joven están los taxistas, los vendedores de minutos (tienen un móvil y te cobran por minuto de llamada) que están por todas partes. Desde luego Colombia es un país complicado y es difícil enterarse de nada de esto en un recorrido turístico. Nosotros llevamos un mes y medio y seguimos aprendiendo cada día: algunos días tocan cosas buenas y otros cosas malas. 

Yo intento forzarme a grabar escenas que puedan ilustrar todo esto cuando montemos el vídeo-documental. Cada vez el ambiente es más opresivo y lo cierto es que empiezo a estar algo nervioso. Juan sin embargo está muy tranquilo. En un momento dado alguien empieza a gritarnos:

- ¡Eeeeh! ¡¿Por qué me graban?! ¡Vuelvan! ¡A mí no me graben!

Nos damos la vuelta y Juan le saluda sonriendo como si nada mientras seguimos caminando y yo pienso: “¡Ya la hemos liado!”. Gracias a Dios no se levanta y justo en ese momento llegamos a la puerta de un “centro de día” que estábamos buscando y entramos.

Los centros de día son lugares a los que pueden acudir los habitantes de la calle para lavarse, comer algo y recibir asistencia médica. Una vez dentro podemos ver a varios hombres y mujeres sentados en una carpa, viendo la televisión o bailando. Esperaba verlos en mejores condiciones. En teoría deben lavarse para permanecer aquí pero quizás eso no es siempre posible. Hay varias personas durmiendo en al suelo del patio, una mujer orinando junto a ellos... Es una escena triste e inquietante. Después de dar un vuelta por allí salimos de nuevo a la calle.

De regreso a El Patio conversamos sobre la delincuencia y los problemas del país. La violencia y la delincuencia se han convertido en una salida fácil para muchos jóvenes que, o bien no tienen futuro, o bien no quieren esforzarse. Me comenta que esta gente tan degradada que estamos viendo hoy no es la misma que roba en moto, algo muy común aquí. Este tipo de robos (el conocido “tirón”) se ha convertido en un problema en algunas zonas. Los habitantes de la calle no tienen ni la más remota posibilidad de conseguir una moto.

- Casi todos esos robos no son ni tan siquiera por drogas. Muchas veces son jóvenes que roban para comprarse ropa de marca o para ir a la discoteca. Los tragos en un bar no son tan caros pero en una discoteca de moda... ahí es otra cosa– me cuenta Juan.

Este hecho me sorprende mucho. En España no se da esta situación muy a menudo. El que eso ocurra aquí quiere decir que la delincuencia es vista como algo normal. Esto es un claro indicador de hasta qué punto la violencia se ha introducido en todos los ámbitos de vida del país. Las bandas, la política, las empresas, las drogas... se entremezclan y uno ya no sabe donde acaba una y donde empieza otra. Y lo peor de todo es que tiene difícil, muy difícil solución...

Es este un caso extremo de algo que, por desgracia, ya es habitual en muchos lugares: el esfuerzo es visto como algo innecesario. Muchos niños y jóvenes quieren algo y lo quieren ya; no están dispuestos a luchar por conseguirlo. La educación es un camino largo y difícil para llegar a tener una vida mejor, y en muchos casos puede que no lo consigas. Eso es lo que piensan muchos jóvenes en todo el mundo. Y eso, me dice Juan, piensan muchos niños de El Patio. Incluso en un sitio como ese, a los niños les cuesta darse cuenta de la importancia que tiene una buena educación. Algunos niños ven más fácil pasar el día en la calle y volver a su casa por la noche con algo de dinero ganado de forma dudosa que ir a la escuela y esforzarse por un futuro que no saben si llegará algún día. Este hecho no hace más que darnos ánimos para seguir con nuestro proyecto y nos ayuda a darnos cuenta de lo importante que es transmitir las historias que encontramos en nuestro viaje, como hicimos con los niños de El Patio hace unos días.

El recorrido llega a su fin. Me despido de Juan en el Patio, devuelvo el chaleco de Ciudad Don Bosco y vuelvo a casa caminando. Estoy muy impresionado, triste, cansado y aturdido. Por el camino sigo encontrando a jóvenes tirados en las aceras. Justo antes de llegar a la puerta de nuestra casa temporal veo a la misma persona que todos los días duerme allí. Me paro un momento a su lado e intento imaginarme su historia... Abro la puerta y entro con una sensación nada agradable.

El lunes siguiente tenemos la “operación amistad” que nos prometió Johanny, el coordinador. Hemos quedado a las 7 de la tarde para recorrer algunos de los lugares que visité el viernes, pero esta vez será de noche. Las calles son muy diferentes cuando se pone el sol y necesitábamos esa última pieza del rompecabezas.

La “operación amistad” es una táctica que usaba el personal de El Patio hace unos años para sacar a los niños de la calle. Salían con sus chalecos y recorrían las calles. Cuando encontraban un grupo de "gamines" (niños de la calle), se les acercaban y entablaban conversación. Les daban algo de comida y les invitaban a seguirlos hasta El Patio, donde podían lavarse, comer bien, jugar... Era el primer paso, el gancho que usaban para que quisieran volver. Algunos lo hacían y, si conseguían interesarlos, pasaban a integrarse en el programa, se podían quedar internos, acceder a una educación y, en definitiva, salir de la calle y tener un futuro.

Ahora las cosas ya no son así: los niños son traídos a El Patio por Bienestar Familiar y no pueden reclutarlos directamente. A pesar de eso, a Johanny le gusta continuar con la tradición y salir de vez en cuando para tomar el pulso a la calle, para hablar con los niños que encuentra y conocer la situación de primera mano. Además las cosas han cambiado y ya no hay casi gamines. Este cambio  se debe en parte a Ciudad Don Bosco que lleva décadas trabajando en esta ciudad y ha hecho que el perfil del niño “en situación de calle”, que es como se les llama, sea distinto del del niño de la calle. Los niños en situación de calle pasan mucho tiempo en la calle pero suelen tener un lugar donde dormir, asearse y comer. El problema es que no van a la escuela y se relacionan con un mundo de drogas, violencia y delincuencia.

Salimos de nuevo con nuestros chalecos. Esta vez Mayte si que puede venir y, además de Johanny, nos acompañan Juan y Gloria, la trabajadora social del CAE (centro de atención a niños desmovilizados del conflicto armado) que no ha querido perderse la oportunidad de venir a esta operación amistad.

Recorremos las mismas calles que el viernes. Vemos al mismo hombre sacando cobre de aparatos electrónicos ¿Cuantas horas se pasará trabajando para sacar uno pesos con los que comer? Las calles están llenas de gente que circula de vuelta a su casa o que compra en alguno de los cientos de puestos de fruta que nos encontramos a nuestro paso. Vamos a evitar alguna de las zonas que visitamos el otro día porque son peligrosas, y más de noche.

Pasamos por el parque Bolívar y muy cerca de donde estuvo Mayte vendiendo artesanía hace un mes encontramos a un grupo de niños. El ojo experto de Juan los ve desde lejos y los señala.

- Esta zona es un foco de prostitución infantil– dice Johanny.

- La policía está ahí... justo ahí– añade Joan señalando a una caseta en el extremo opuesto del parque.

- ¿Y no hacen nada?– pregunta Mayte extrañada.

- Bueno, se ha intentado acabar con esto muchas veces– contesta Juan –. Es un problema difícil. Las bandas que controlan la prostitución infantil son muy poderosas, son las mismas que se dedican a la trata de personas.

Una vez, en una operación amistad, nos acercamos a un grupo de niños, como ese, y una mujer nos echó de allí agresivamente– añade Johanny con tristeza.

Es un mundo peligroso y terrible. Nos acercamos al grupo y uno de los chicos nos saluda contento: parece que ha pasado por El Patio anteriormente y conoce a nuestros amigos. Saludamos a algunos y les damos unos dulces que traeos en los bolsillos. Uno de los chicos, el más mayor, se levanta enfadado y se va hacía un grupo de hombres que hay cerca. Se queda allí, mientras Johanny le pregunta a otro:

- ¿Que le pasó? ¿Se molestó por algo?

- No, no pasa nada “cucho”. Es que cree que se lo quieren llevar– contesta mintiendo claramente. El chico se fue porque es el encargado de controlar a los más pequeños.

Salimos del parque y pasamos por varias calles hasta que, en un momento dado, se acerca una chiquilla a Johanny y le saluda. Nos acercamos a hablar con ella y con una amiga suya. Ambas están drogadas. Hasta hace un momento estaban aspirando pegamento en una bolsa, pero por deferencia hacia nosotros la han escondido. Una de ellas, la más pequeña, se llama Patricia y tiene unos 13 años. Johanny la conoce de otras veces. La última vez que la vio estaba enferma. Él le ofreció ayuda pero ella se negó, ¿quién sabe por qué?. Quizás fuera miedo a salir de su ambiente, a que la “encerraran” en un centro... o quizás su chulo no la dejaba.

Porque Patricia trabaja como prostituta. Nos cuenta que cree que está embarazada y se nos cae el alma a los pies. Detrás de su mirada perdida se adivina a una niña ¡No es más que una niña! Johanny le compra algo de comida en un puesto cercano y ella me saluda, me coge la mano y sonríe inocentemente. Me pregunta mi nombre: tanto ella como su amiga nos quieren conocer a todos. Tienen ganas de hablar. La amiga de Patricia, un poquito más mayor, nos cuenta que lleva muchos años en la calle, que pasó por un programa de rehabilitación pero que no funcionó. Ahora quiere encontrar a un hombreque la saque de la calle. Nos dice que ha encontrado un soldado y que quizás tenga suerte... Esperamos que sí.

Johanny les dice a Patricia y a su novio, que está por allí, que se pasen por El Patio si necesitan algo. Ellos le prometen que lo harán pero no parecen muy convencidos. Nos despedimos y ellas siguen en la esquina donde las encontramos haciendo lo que hacen todas las noches. Cuando nos estamos alejando le digo a Mayte:

- ¡13 años, embarazada y drogadicta! Qué triste... es muy triste.

- Tiene la edad de nuestro sobrino– me contesta ella tan impactada como yo.

Yo no puedo responder. Hago un esfuerzo por contener las lágrimas al pensar es esa última frase y continuamos caminando... hay que seguir.

La noche está resultando como una una bajada al infierno de Dante. El próximo nivel es una calle casi desierta en una zona que parece un polígono industrial. Está debajo de un puente cercano al parque de Botero. Mientras descendemos al siguiente nivel del infierno Juan señala a un hombre que hay en una puerta:

- Ese hombre estuvo en El Patio hace muchos años. Aún nos saluda cuando nos ve.

No siempre sale bien... En la calle se ven grupos de personas durmiendo, drogándose, hablando en pequeños corros. No es una zona en la que quisieras pasear a estas horas si no fueras en un grupo y con los chalecos de Ciudad Don Bosco. Saludamos a algunos grupos al pasar y ellos nos devuelven el saludo amablemente.

Finalmente salimos de allí, y estamos regresando pensativos a El Patio, cuando Johany nos dice:

- Antes era igual pero cuando volvíamos llevábamos una fila de niños detrás.

No puedo evitar que me acuda a la mente la imagen del flautista de Hamelin al imaginarme la escena. Gracias a personas como ellos esa escena ya no se ve en Medellín, pero aún queda mucho por hacer. Lo acabamos de ver. Miro a nuestros nuevos amigos mientras bromean y ríen... no puedo evitar un sentimiento de profunda admiración por su trabajo.