Las islas de San Blas: el paraíso de los Kunas

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

Panamá-Colombia, 18 y 19-12-2012

Cuando nos levantamos ya hace calor y el barco esta extrañamente quieto. Ya no hay sacudidas ni bamboleos violentos. Ya hemos fondeado ¡Qué alivio! Mayte se encuentra mejor y parece que hoy va a disfrutar más del día.

Salimos a cubierta y vemos las famosas islas de San Blas frente a nosotros. Es una de esas escenas que uno solo ha visto en el cine o en postales. Cuando se piensa en una isla desierta paradisíaca es esto lo que viene a la cabeza. El archipiélago de San Blas está formado por 365 islas según dicen, aunque parece ser que el número es algo mayor. El marketing manda y el 365 es un número que queda bien: una isla para cada día del año. Solo unas pocas de esas islas está habitadas, el resto están desiertas. Las islas son casi todas pequeñas, algunas diminutas: tan solo algunas palmeras y un trozo de playa de arenas blancas alrededor. El agua transparente acaba de dar el toque para que podamos decir: “¡esto es el paraíso!”.

San Blas es un lugar especial no solo por lo bonito que son sus paisajes, sino también por la gente que habita sus islas: los Kuna, una etnia orgullosa de sus raíces y que han mantenido su cultura y sus tradiciones a lo largo de la historia. A principios del siglo XX se enfrentaron al gobierno de Panamá que quería acabar con algunas de sus costumbres, homegeneizarlos o globalizarlos, como se prefiera. Después de una revuelta en la que las islas se declararon independientes durante unos días, se llegó a un acuerdo que les permitió conservar su cultura y tener cierta autonomía de gobierno. Esa autonomía ha sido mantenida e incluso ampliada en los años siguientes.

Los Kuna son muy celosos de su territorio y no permiten injerencias de extranjeros, ni de otros panameños. Solo ellos viven allí, solo ellos mantienen los negocios, controlan las embarcaciones... Tienen fama de ser bastante cerrados y de cobrar por todo. De hecho no tenemos fotos suyas por dos motivos: uno es que solíamos ir a sus islas nadando, otra es que en algunas islas habitadas cobraban “entrada” y la última es que nos han dicho que suelen pedir dinero por hacerles fotos. Dicen que no son muy sociables, aunque nosotros hablamos con una par de ellos y parecían agradables. Quizás gracias a todo ese hermetismo han sido capaces de conservar sus tradiciones. Es una pena porque eso hace que sea difícil conocerlos, aunque si es el precio que hay que pagar por mantener su cultura, pues bienvenido sea.

Pasamos la mañana nadando, visitando una isla bastante grande que tiene hasta un pequeño aeropuerto, y recogiendo a dos nuevos pasajeros, Jimmy y Peter, estadounidense y polaco respectivamente, que se unen a nosotros aquí.

Loïc nos presta aletas, gafas y tubo y pasamos un rato buceando junto al barco (o haciendo snorkeling como se dice ahora o careteando como dicen en Centroamérica). Vemos corales y algunos peces pero nada espectacular en esta primera inmersión. Al rato salimos rumbo a otra isla donde hay un barco hundido y suelen verse multitud de peces. Mayte aprovecha este y otros trayectos para enseñar a los demás pasajeros a hacer pulseras y, de paso, consigue vender alguna.

El barco hundido no decepciona. Es un carguero de tamaño considerable que, según nos explica Loïc, fue embarrancado a propósito por su capitán hace años cuando huía de un temporal y el barco estaba a la deriva. El capitán decidió salvar al menos la carga y embistió contra la isla más cercana dejando aquí un arrecife artificial que hace las delicias de los peces tropicales. Los vemos de todos los colores y tamaños. En las cercanía vemos hasta una morena y un pez león, de los que preferimos mantenernos a distancia ya que pueden ser peligrosos.

Después de este chapuzón volvemos a navegar y, ¡por fin!, izamos la génova. Navegar a vela le da mucho más encanto a la ruta de varias horas hasta el lugar donde vamos a pasar la noche, que por supuesto está junto a otra isla. Llegamos de noche y fondeamos sin problemas gracias a que Loïc conoce bien el lugar.

Después de cenar, charlamos un rato, tomamos una cerveza y nos tumbamos en la parte de arriba del salón, en la parte superior de la cubierta. Estamos allí un buen rato mirando las estrellas que se ven a millares. Después nos vamos a dormir agotados por el largo día de sol y mar.

Al día siguiente me levanto algo cansado. Hacía mucho calor en el camarote y no he dormido muy bien. De hecho tuve que salir a dormir a la cubierta durante un rato. Desayunamos, nos bañamos y ponemos rumbo a otro lugar especial elegido por LoIc. Al cabo de unas horas llegamos a otro grupo de islas y nuestro capitán nos dice en qué dirección queda una pared vertical submarina en la que se pueden encontrar muchos peces.

En un momento estamos buceando todos en la dirección indicada por el patrón. Poco a poco nos dispersamos buscando la pared. Nosotros vamos a parar a una zona plagada de estrellas de mar enormes. Bajo hasta el suelo y cojo una. Son preciosas. Vemos también corales, rayas, todo tipo de peces ¡y hasta una tortuga enorme! Hasta ahora no habíamos visto nunca una. En Corn Island tuvimos oportunidad de ver casi de todo pero las tortugas se resistieron. Ahora, gracias a Manuel, que nos llama al encontrar una, somos capaces de verla nadar a unos metros de nosotros. . Después seguimos buceando sin encontrar la pared, estamos demasiado cerca de la costa. Hay muy poca profundidad y tengo que ir con cuidado para no rascarme ni a mí ni a Mayte, ya que debido al accidente que tuvo en Panamá, le duele el tobillo y la llevo medio a remolque.

De repente, cuando me estoy alejando de la costa para ganar profundidad, el suelo desaparece bajando 20 o 30 metros y aparecen multitud de peces en bancos enormes y de todos los colores. ¡Es la famosa pared! Pasamos un rato buceando arriba y abajo disfrutando del paisaje hasta que Mayte se cansa y la acompaño al barco. Yo aún me pego la paliza del volver con la esperanza de ver alguna tortuga, un tiburón o una raya más. No hay suerte así que vuelvo al barco a tiempo para zarpar de nuevo.

Antes de irnos recibimos la visita de los habitantes locales, los Kunas, que vienen en una canoa de remos a intentar vendernos unas molas. Las molas son una forma de artesanía Kuna que consiste en varias telas de distintos colores en las que se recortan formas geométricas  y que luego son superpuestas y cosidas unas con otras formando bonitas figuras. No encuentran compradores aquí y se van en dirección a un barco cercano. En estos lugares turísticos que suelen elegir los capitanes suele haber siempre varios barcos aunque sin llegar a estar saturado. Hay que tener en cuenta que la única forma de visitar las islas es en barco y eso no es tan fácil como coger un bus. Si uno va por libre, con su propio barco y se conoce bien las islas (o tiene una buena carta de navegación) puede pasarse meses navegando y visitando islas desiertas.

Pero ese no es nuestro caso, así que tras despedirnos de San Blas, zarpamos de nuevo en dirección Colombia. Esta vez vamos a navegar a vela ya que el viento nos es favorable. Pasamos lo que queda de tarde y el principio de la noche disfrutando de la sensación de navegar de verdad. Vamos rápido y solo se escucha el ruido del mar y el barco al cabecear. Las olas son enormes, pero nos deslizamos sobre ellas suavemente, sintiendo como cada una de ellas entra por un lateral, acaricia la parte inferior del barco y vuelve a salir por el otro lado, meciéndonos como en un columpio gigante. Poco antes del bonito atardecer que nos regala nuestro último día de mar ¡nos visitan otra vez los delfines! Calculamos que pueden ser unos veinte, entre los que se encuentran algunas crías. La mayoría nadan  toda velocidad pegados a la proa, mientras que algunos, un poco más alejados, saltan juguetones fuera del agua.

Vemos la puesta de sol sentados sobre la proa del barco mientras compartimos unas cervezas con nuestros compañeros de viaje. ¡Esto es vida!