Mancarrón, San Fernando y la Isla del Padre

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Solentiname, 27-9-2012

Nos reunimos en el muelle con Ever, un guía local con el que vamos a hacer una excursión al Peñón. Con nosotros viene un grupo de chicas españolas que conocimos ayer. Están trabajando como voluntarias en un proyecto de cooperación que apoya una biblioteca y otras actividades sociales en las islas.

Ever nos lleva en su barca hasta una finca que en su día fue de Somoza y que hoy se encuentra en un completo abandono. Parece ser que en la actualidad pertenece a un banco, como le ocurre a medio planeta. El camino hasta el Peñón no debe ser muy frecuentado porque Ever abre la expedición a golpe de machete. Hace mucho calor y una humedad asfixiante a la que ya deberíamos estar acostumbrados. Pero no es así, el sudor resbala por mi frente y se me mete en los ojos. Los mosquitos se quedan pegados a la piel. Nada sorprendente. Es lo habitual en estos casos.

Por fin llegamos al punto más alto de la isla de Mancarrón. Tras subir por un tronco apoyado en las rocas a modo de precaria escalera podemos observar las vistas. Es un bonito espectáculo: el lago, la isla donde nos encontramos, las isletas circundantes, el cielo, las nubes... Toca un momento de relax, las fotos de rigor, un poco de comida y descansar antes de emprender la vuelta.

Una vez de regreso en el pueblo comemos con nuestras nuevas amigas y acordamos un buen precio con Ever para que nos lleve por la tarde a visitar la isla de San Fernando, donde está la comunidad más numerosa de pintores y una buena cantidad de artesanos.

De camino a San Fernando, Ever nos lleva a ver la Isla del Padre o Isla de los Monos. Sin bajar de la barca podemos oír a los monos congo, que aunque ya conocemos de otras ocasiones no dejan de impresionar con sus gritos guturales. Al oírlos uno imagina que son gorilas enormes saltando sobre sus patas y golpeando el suelo con fuerza. Pero no, ni son tan grandes ni dan tanto miedo. Ahora ya lo sabemos y lo comprobamos de nuevo al verlos en las copas de los árboles observando nuestra barca con curiosidad. La fauna de estas islas es un tesoro. Los pájaros son los reyes indiscutibles por su número y su belleza: garzas, patos, colibríes... Pero, como de costumbre, lo que más impresiona son los grandes y exóticos animales que es difícil ver. Ever nos cuenta que a veces es posible ver las cabezas de enormes caimanes de hasta 5 metros de largo que cruzan de una isla a otra. Observamos el agua con fijeza en busca de uno de esos primitivos animales pero no tenemos suerte.

Al llegar a San Fernando observamos que los artistas están muy bien organizados. Hay un museo, una tienda de cuadros y artesanía y parece que funciona como una cooperativa. Visitamos la exposición de cuadros y nos quedamos fascinados. Algunos de ellos son muy bellos en su sencillez. El colorido y la forma de ver la vida del autor saltan del lienzo hacia nuestros ojos. Ya en la tienda, charlamos con el encargado y preguntamos por los pendientes de madera de balsa que venden. Son pequeños y tienen forma de loros, hojas, peces... Ayer pensamos que serían útiles para que Mayte hiciera collares con ellos y potenciar así su nuevo oficio de artesana. De hecho estuvimos recorriendo la isla de Mancarrón y comprando todos los pendientes que pudimos. Aquí hacemos lo mismo.

Antes de dejar la isla hablamos con algunos artesanos para ver si tienen más pendientes. Nos dicen que nos los podrían hacer pero que necesitarían un par de días. Lástima que nos vayamos mañana. Resignados a empezar más lentamente de lo previsto nuestro nuevo negocio, abandonamos la isla con nuestro pequeño cargamento de pendientes. Antes de embarcar nos paramos a conversar con unas mujeres que pintan hermosos tucanes de tamaño natural. Al pararnos a hablar con ellas uno se da cuenta de lo relajado que es el ambiente, lo bonitas que son las vistas, a la vez que entiende lo que es la “calidad de vida” y le da risa cuando recuerda lo que se entiende por “nivel de vida”.

El camino de vuelta es una carrera para ver si se acerca más rápido a nosotros la isla de Mancarrón o la lluvia que cae de una amenazadoras nubes negras. Gana la lluvia, claro. Completamente empapados y tiritando de frío por el viento, llegamos al muelle, nos despedimos de Ever y vamos corriendo a nuestra habitación para secarnos.

Al día siguiente salimos muy temprano. Nos levantamos antes de amanecer y nos dirigimos al muelle iluminando el camino con nuestras linternas. No queremos molestar a una araña peluda como la que vimos ayer en mitad del camino. Era enorme y nos contaron que cuando se ve amenazada dispara sus “pelos” para clavarlos en tu piel. Parece que el efecto es bastante molesto.

Una vez en la panga esperamos para ver si aparece Ernesto Cardenal y así lo vemos por última vez. Nos dijeron que hoy dejaba la isla y teníamos la esperanza de coincidir en el bote, pero no es así. Nos despedimos de las islas con la mirada somnolienta y pensando en nuestro improvisado próximo destino: el río San Juan.