Últimos días en Colombia

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Bogotá, 15-3-2013

Como nuestra salida del país fue tan rápida y repentina, no nos dio tiempo a contaros cómo transcurrieron nuestros últimos días en Bogotá.

En general no hay mucho que destacar. Seguimos disfrutando con la compañía de Luis y sus compañeros durante comidas, cenas y paseos por la ciudad, fuimos a ver una obra de teatro y nos desesperábamos esperando a que llegara el paquete viajero. Pero hubo un momento, breve pero importante para nosotros, que no queríamos dejar pasar.

El viernes por la noche había una actuación de flamenco en en Centro Español Reyes Católicos y nos acercamos a verla. El auditorio del centro estaba a rebosar, de manera que nos quedamos de pie junto a la puerta, buscando un hueco entre las cabezas de la gente para ver el espectáculo. Cuando llegamos hacía poco que había empezado, y el sonido de una guitarra llenaba el espacio. Pronto se unió la voz de un “cantaor” y finalmente una mujer salió a bailar. El conjunto era muy bueno, pero cuando tras un breve descanso salió a bailar una flamenca con un vestido de cola y un mantón que manejaba con mucha gracia, la actuación se convirtió en espectacular. A Javi y a mí nos pareció un espectáculo estupendo, y luego nos confirmaron que la calidad de quienes estaban sobre el escenario era reconocida con varios premios nacionales Es curioso tener que ir a Colombia para ver el mejor espectáculo de flamenco de nuestras vidas. Javi me comentó luego que hubo momentos en los que se llegó a emocionar.

Pero no es este el momento especial del que os queríamos hablar.

Entre los asistentes había un hombre que estuvo unos días antes dando una charla en el Centro Reyes Católicos. Tiene 88 años, se llamaba Max Kirshberg y es un superviviente de Auschwitz. No podemos contar mucho de su historia porque, por desgracia, no estábamos en Bogotá cuando dio la charla, pero Luis nos transmitió algunas de las cosas que Max contó. Como la última vez que vio a su madre, cuando con 5 años los nazis lo separaron de ella, “los niños a un lado, las mujeres a otro, y ya nunca la volví a ver”. O cuando un médico compañero suyo lo operó de apendicitis, sin anestesia y con un cuchillo de cocina y una botella rota “porque si los soldados se enteraban de que estaba enfermo, me matarían sin más”. O como (esto da escalofríos incluso al escribirlo) lanzaban a los bebés al aire y les disparaban, como si hicieran tiro al plato. “Los bebés caían al suelo con un gran golpe, y luego... el silencio”. Esto son sólo algunos detalles de la durísima historia de este hombre; os pondremos un enlace al post que Luis escribirá al respecto.

El hecho de estar frente a él y tener la oportunidad de saludarlo fue muy especial para nosotros. Cuando Luis nos presentó, Max, como un caballero en una película antigua, hizo el gesto de besarme la mano y después abrazó a Javi, ambas cosas con una delicadeza y un cariño sorprendentes. Nosotros apenas podíamos hablar, nos sentíamos honrados al estar con este hombre dulce y sonriente, que nos preguntaba interesado por nuestro viaje. Fue como cuando estuvimos con los chicos del CAE Don Bosco, o cuando entrevistamos al ex-preso político de Birmania, es inevitable pensar en el pasado de la persona, en lo mucho que tuvo que sufrir, y tener la sensación de estar ante la historia viva. Esto nos hace sentirnos pequeños, cohibidos... Es difícil de explicar.

Con esta extraña sensación volvemos a casa y, antes de irnos a dormir, nos despedimos de Luis y Álvaro: ellos se van a pasar el fin de semana a Medellín y, con un poco de suerte, cuando vuelvan el domingo nosotros ya estaremos de camino a Argentina.